La República Francesa fue modelo para la gestación de un sistema de instrucción pública, gratuita y obligatoria. Han pasado casi doscientos años desde la Ley Guizot, y el ideal de la educación ilustrada, igualitaria y laica para gran parte del mundo occidental y todos sus pilares continúan vigentes, aunque no exentos de dificultades para llevarlos adelante.
En ese contexto es donde surge la obra más reciente del escritor francés Daniel Pennac, Mal de escuela. El autor es ampliamente conocido por los maestros y pedagogos argentinos a través de su libro Como una novela (Grupo Editorial Norma, 1993), en el que postulaba una manera de enseñar literatura a los jóvenes más ligada al placer que a la obligación, y cuestionaba la implementación de un canon de lecturas rígido, que no contemplara las preferencias de los estudiantes ni sus personales maneras de leer.
Mal de escuela se inscribe entre el ensayo y la autobiografía; el autor da testimonio de su experiencia escolar. Es un libro plagado de anécdotas personales.
"Se trata de un libro que nos habla del dolor de no entender nada de nada, de no poder responder a las preguntas de los profesores y de sentirse completamente imbécil", aseguró Pennac durante la presentación de este libro en Barcelona.
La de Pennac es una mirada privilegiada sobre el fracaso escolar ya que él mismo confiesa un pasado de mal estudiante que más tarde llegó a ejercer como profesor de lengua a lo largo de 25 años en un liceo de un barrio popular parisino. Ha transitado por esa experiencia desde ambos flancos. De todos modos, para reflexionar sobre un conjunto de prácticas de la educación adopta en la narración el punto de vista del mal alumno, dándole voz a los desclasados de las aulas. Y sienta su posición desde el título de la obra, que en lugar de poner el peso de este drama en el estudiante lo coloca en la escuela, como si Mal de escuela, fuera el nombre de una enfermedad, de un posible trastorno que podría ser padecido por los escolares, y no a la inversa.
"Un mal estudiante es un alumno que como el cangrejo se desplaza de una manera lenta y rara", explicó así Pennac el sentido metafórico del término cancre que se emplea en Francia para señalar a los malos estudiantes.
Todo fracaso del niño en la escuela es vivido por la familia como un fracaso propio dado que la escolaridad se constituye para el grupo familiar en uno de los ritos de la inserción social.
Pennac es la prueba de que ser un pésimo estudiante en la escuela no implica necesariamente que uno será un alumno fracasado por el resto de su vida. Aunque su madre aún desconfía del destino próspero de su hijo ahora adulto, Pennac llegó a ser un escritor popular y reconocido tanto en Francia como en otros países. ¿Cualquier persona puede triunfar en la vida habiendo sido un mal estudiante? Que tan bien o mal nos vaya en la escuela ¿no tiene ninguna incidencia sobre nuestro futuro?. Una posible lectura equivocada de este libro sería extraer como moraleja el mismo mensaje que los medios masivos como la TV insisten en transmitir y que nos lleva a creer que cualquiera puede triunfar y ser alguien en la vida, obteniendo éxito fácil.
Aprender es una actividad dolorosa para un niño, mientras que comprender es una experiencia educativa altamente gratificante. Enseñar es violento, es violentar al otro. Pennac cree que la violencia que el saber aplica a la ignorancia está justificada y que el aprendizaje es una forma de canalización de la violencia. Los “cancres”, escudados en su caparazón de nulidades, puede que sufran esa violencia más que cualquier otro tipo de alumno.
Esa sensación de sentirse excluido por no entender lo que el profesor explica, y avergonzarse muchas veces por ello, es una situación por la que la mayoría de los seres humanos pasamos en algún momento de nuestra trayectoria escolar y deja una cicatriz que nunca termina de borrarse del todo. Por ese motivo posiblemente todo lo que se narra en el libro provoca inmediata empatía con el lector.
Pennac logra meterse al lector en el bolsillo, lo seduce. Es fácil que como lectores nos engolosinemos con esa identificación inmediata que provoca la narración en primera persona, empleando un registro apasionado. Irremediablemente nos induce a conmovernos, lo que nos desafía a trascender una lectura meramente complaciente.
No es difícil evocar, al leer el libro de Daniel Pennac al profesor Keating que encarnaba Robin Williams en La sociedad de los poetas muertos (1989), y que ejercía su función docente en contra de aquello que había sufrido como alumno pupilo en ese mismo instituto. O quizás recordemos alguna de las memorables escenas de Los cuatrocientos golpes (1959), de François Truffaut, como aquella en la que el protagonista Antoine Doinel inventa como excusa ante el profesor Ducornet para justificar una inasistencia a clase: "Ma mère est morte!" [Mi madre ha muerto], lo que hace que el profesor se vea obligado a pedirle disculpas al alumno.
El fracaso escolar del alumno deriva casi siempre de alguna clase de malentendido entre el alumno y la institución escolar. Muchas veces se determinan equivocadamente las causas del problema de aprendizaje. Hay en la narración de Pennac un intento de desacralizar las teorías pedagógicas, la tendencia al psicologismo. Frecuentemente contribuimos a inventar y convalidar disfunciones que no son tales. Se diagnostican trastornos de aprendizaje ignorando aspectos evolutivos, deficiencias temporarias, crisis familiares, o problemas sociales. Pennac valora la vivencia y las emociones en torno al aprendizaje. En ese sentido su nuevo libro continúa la misma línea que su obra anterior Como una novela.
Más que señalar culpables Pennac apunta a buscar soluciones viables para la integración de los estudiantes con dificultades, aspira a una escuela más abierta a la diversidad, a encontrar el nexo más apropiado para conectar a los alumnos con el deseo de aprender. Propone conectar con las necesidades reales de los niños y jóvenes. Pennac cuestiona eso de esgrimir que la culpa de todos los males la tiene el nivel escolar inmediato anterior, hablar de "falta de base", alumnos "mal preparados": eso es usar un chivo expiatorio. Se estigmatiza a los chicos "cabeza hueca", a los "burros", o los "cancres", y por otro lado, la escuela, los maestros abusan de la victimización, para librarse de hacer su propio mea culpa, o alguna clase de autocrítica.
El gran aporte del libro quizás sea el planteo de que únicamente conectando afectivamente con los alumnos, con la humanidad que ellos traen, será posible romper con las barreras de la incomprensión. La transmisión de saberes basada en un método pedagógico no basta: Pennac señala que el sistema educativo es un sistema muy enfocado en los resultados, las calificaciones, las evaluaciones. La clave está en los lazos afectivos que se establecen con los alumnos. El autor defiende al docente que se involucra y se implica tanto con su materia como con sus alumnos, y que sabe bien qué cuerdas tocar para rescatar los puntos fuertes de cada alumno.
Esta obra le valió el premio Renaudot de 2007. En Francia ya lleva vendidos más de 700000 ejemplares.
¿Es la obra de Daniel Pennac un libro pesimista u optimista respecto del futuro de la educación?. Estos asuntos no admiten ni preguntas ni respuestas simplificadoras. Se trata de reabrir el debate, y reflexionar sobre todas aquellas cuestiones que atraviesan a los actores de todo proceso de enseñanza y aprendizaje: a los maestros, los padres y los chicos.
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