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INSTITUCIONAL

sábado, 10 de abril de 2010

Las Escuelas Fraternas educan mejor

Reflexión de Alberto Bustamante, presidente de Consejo Superior de Educación Católica, en su editorial del Periódico de CONSUDEC Marzo de 2010, acerca de las escuelas como lugar de fraternidad.
Post del blog FILOSOFÍA PARA MAESTROS de Julio Daniel Nardini


Con la profundidad del humanismo cristiano, que ha preñado nuestro cancionero popular, el gran cantautor santiagueño Peteco Carabajal nos recuerda que “hay caminos que se cruzan como los hay paralelos, por si alguien me necesita los que se cruzan prefiero, porque cuando se cruzaron los nuestros pudimos forjar un sueño”.


Traemos a colación estas expresiones ya que en medio de tantas
consideraciones, propuestas, sugerencias en torno a modificaciones en los diversos niveles del sistema educativo, nos da la sensación que estas se pueden volver una auténtica telaraña que entrampe a nuestras escuelas en el “sueño de educar”, si olvidamos que no hay ninguna posibilidad de auténticos procesos educativos sin esta experiencia fundante de humanidad como lo es la comunión, la fraternidad, “el cruce de caminos”.

Con su proverbial sabiduría Mons. Vicente Zazpe supo decir en un encuentro de escuelas que si estas no se constituían en ámbitos de experiencia fraterna se convertirían en “laboratorios de futuros fracasados” que destruirían la vida social.
“Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.” Esto nos proponía nuestro querido Juan Pablo II como desafío para la Iglesia al comienzo de tercer milenio de la era cristiana.
La escuela católica, auténtico sujeto eclesial, no puede ni debe quedar al margen de este desafío y ninguna transformación puede quitarnos este objetivo fundamental: “La realización de una verdadera comunidad educativa, construida sobre la base de valores de proyectos compartidos, representa para la escuela católica una ardua tarea a realizar… La elaboración de un proyecto compartido se convierte en un llamamiento imprescindible que ha de impulsar a la escuela católica a definirse como lugar de experiencia eclesial. “(Educar juntos en la Escuela Católica).
Ahora bien, la comunidad como tal, es un nuevo ser distinto de la sumatoria de sus componentes. Este es su peculiar carácter y, por lo tanto, desde un punto de vista pedagógico, no basta tener en cuenta el proyecto personal de vida de cada uno de sus integrantes, es necesario enfocar la educación de la comunidad en cuanto comunidad.
El mismo Juan Pablo II nos propone claros caminos para “ser nosotros” cuando nos habla de la necesidad de cultivar una “espiritualidad de la comunión” como principio educativo en todos los ámbitos en donde se forme el cristiano:
“Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (Gal 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían
los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (Novo millennio ineunte).
La comunidad es “un nosotros” que deber ser cultivado, cuidado, amasado, como nuestro pan criollo, con fermentos de paciencia, mansedumbre y dulzura.

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